jueves, 11 de octubre de 2012

¿La fe es ciega? Nop necesita testigos y modelos felices

La fe humana según Juan Luis Segundo

Reflexiones sobre el concepto de fe antropológica de Juan Luis Segundo en su obra: Historia perdida y encontrada de Jesús de Nazareth.

Extacto de mi tesis sobre el cine de Kieslowski

Verano 1997[1] 
Todos los seres humanos deseamos ser felices. Disfrutar la vida que tenemos.
Como no hay recetas para lograrlo fácilmente, los hombres tenemos que buscar un modo personal. El conocer personas que parecen vivir felices y disfrutar su vida nos atrae. Buscamos consciente o inconscientemente sondear la forma en que lograron esto. En cierto modo leemos en ellos sus deseos, lo que aprecian más . Es decir sus valores. Suponemos que esos deseos concretados de varias formas en su vida, los ha hecho felices. Los convertimos en testigos.
Nada garantiza que efectivamente sean felices. Ni tampoco que esos valores que aprecian sean los que  los hayan llevado a  donde están. Mucho menos que la forma de concretar esos valores sea la mejor[2]. Los testigos que podemos escoger no son completamente seguros. Tenemos que creer en ellos. Tenemos fe[3].
Tenemos que hacer una doble apuesta en la que nos jugamos la vida. Que los valores que creemos hicieron felices a nuestros testigos, pueden lograr lo mismo con nosotros. También aventuramos que los medios que podamos encontrar para concretar esos valores en nuestra vida realmente lo harán. Es una apuesta cuyo resultado no conoceremos sino hasta el momento de terminar la vida. ¿Los valores que escogimos nos hizo felices? ¿Los medios cómo los implementamos fueron efectivos? ¿No traicionaron el valor que buscábamos?[4]
Sin seguridad de ir en la dirección acertada hacia la felicidad, podemos sentir y entender en forma limitada nuestro avance o retroceso. Si los medios y los valores escogidos nos van haciendo sentir bien, congruentes, alegres. Entonces podemos decir que le vamos encontrando sentido a la vida. Más o menos corresponden los valores  y los medios escogidos con los efectos que deseamos. En caso contrario, la pesadumbre y la confusión pueden ser muy graves.
No creemos normalmente en un sólo valor. Sin embargo hay alguno que deseamos más que los demás y podemos ser capaces de nuestro mayor esfuerzo y  creatividad para conseguirlo. Sería un valor absoluto (que no depende de los demás).  Construimos una escala de intensidad para desearlos. Una escala de valores.
Con los aciertos y los errores en la vida vamos cambiando (cuando todavía se puede) algunos de nuestros  valores. Pero por lo general el valor absoluto no es negociable[5]. Cualquier cosa  estará subordinada a concretar favorablemente ese valor[6].


[1]          Es un fragmento de la tesis de filosofía de Humberto Macías: Decálogo, una propuesta vital de Krszistof Kieslowski para nuestra ética cotidiana, presentada en el verano de 1998, en el Instituto Libre de Filosofía A.C.
[2]          Por ejemplo un policía que valora la seguridad, y revisa a todos las personas de aspecto sospechoso, mientras que el ladrón lo engaña vistiendo elegantemente.
[3]          En un sentido completamente humano, antropológico, y no en dimensión trascendente o religiosa.
[4]          Le podríamos preguntar a Hitler si el poder (como valor) y la guerra (como medio para lograrlo), lo hicieron feliz.
[5]          El valor absoluto no es sinónimo de Dios. La fe religiosa es diferente que la fe antropológica tratada. Depende de otros factores extra.
[6]          Si ese valor relamente no lleva a la felicidad deseada y cierra al hombre ante la realidad que lo rodea, puede causarle la muerte. Sería ya no un valor, sino un ídolo.

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